lunes, junio 18, 2007

El saber y la risa


“El saber y la risa se confunden”.
Nicanor Parra.

Mi forma de bromear es decir la verdad. Es la broma más divertida”.
Woody Allen




Es paradójico que uno de los libros más aburridos de la historia de la humanidad lleve por título “La risa”. Su autor es el conocido filósofo Henri Bergson -Premio Nóbel en 1921-, uno de los más grandes pensadores de la problemática del “tiempo” y escultor de una de las calvas más prominentes de nuestros siglo. De todas formas su libro no es del todo despreciable, como todo tratado nos otorga una que otra clave para abrirnos al tema estudiado y más aún acerca de esta sensación tan alejada de la seriedad. En él nos dice –en una línea digna de citar y que es muy prudente a la hora de comenzar un ensayo- que: “Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico”.




“Tonterías” dirán algunos, pero esto queridos lectores, es un golpe iracundo sobre los pupitres. Y es que todo lo que nos parece gracioso es constitutivo de nuestro ser y es proyección de nuestra propia humanidad: cuando vemos a un perro en una situación cómica nos reímos por lo cercana de su actitud a la nuestra y también cuando una fruta esboza una pronunciada protuberancia nos divertimos al compararla con alguna parte de nuestro cuerpo; cuando vamos al circo no vamos más que a ver a animales imitando gestos y conductas humanas. Ya se nos ha descrito como “animal que ríe” y sin duda nos caracterizamos por ese asomo de dentadura y esa reacción cercana a la asfixia.




Hoy sabemos –y este dato que no sólo es una buena excusa- que reírse al menos un minuto diario equivale a 45 minutos de ejercicio físico, y que su práctica es muy sana por las vibraciones que produce en nuestro cuerpo y por la liberación de toxinas y hormonas relacionadas al stress. Pero fuera de esta comprobación científica, tan atingente para la creación de una nueva medicina y complementar tantas artes tristes, ¿qué nos produce risa? ¿qué es eso propiamente humano que define lo cómico?




El humor, como las mujeres, siempre nos exigirá aceptar cosas que finalmente terminan siendo imperceptibles gracias a la costumbre. Cuando alguien nos cuenta un chiste nos predisponemos a un ambiente de sorpresa, pero ante todo de aceptar el relato sin mediación de la emoción. Simplemente nos reímos aunque sea la historia más cruel jamás contada; nunca sentiremos compasión por aquel niñito que se calló a un pozo ni pena por aquel mimo que simula ahorcarse. Es decir, la primera condición de la risa es aceptar su discurso contra viento y marea.




Reírse es por tanto sacudirse de los valores de la vida y jugar por un momento con algo que puede parecer tan serio como la muerte. El humor transgrede todas las barreras culturales al hincar su diente en lo más puro y respetable, en el tabú y lo extremadamente jerárquico. El humor, es por tanto, una sabiduría que nos contacta con lo más esencial de nosotros mismos, que nos pide una pizca de razón y de exageración, que nos llama a desnudar lo cotidiano. El humor nos pide que nos sinceremos, que volvamos a caer en la cuenta de que somos mortales, de que todo perece, de que todo por un momento puede ser un completo absurdo. Nos llama a no preocuparnos de las nimiedades sino a reconocer nuestro tiempo como criaturas que mueren, que aman, que se visten.




Todo es tópico de risa y de eso no hay que extrañarse, sino celebrar, pues toda gran construcción ideal o física es anulada por un par de palabras graciosas. Y es que la humanidad posee esa arma altamente eficaz –como diría Mark Twain- que le permite arremeter contra las convicciones de la política, las certidumbres de la religión, las categorías de la filosofía y los desmayos de la poesía. Ella es verdad en cuanto que es 100% humana y en tanto que es un discurso donde lo humano se devela y aparece debajo de las apariencias de la civilización y sus creencias.




Ante lo terrible el hombre ríe y quizás Nietzsche tenía razón al decir que el hombre se ha visto obligado a crear la risa para sobrevivir. Es por esto que no deja de ser necesario a todo tiempo un gran comediante que nos dejé en calzoncillos a mitad de la existencia, ya sea un Anónimo, un Aristófanes, un Plauto, un Shakespeare o un Woody Allen que nos muestre enfrentados al ridículo de ser quienes somos o quienes pretendemos ser. Alguien que nos baje del Olimpo, que nos tome de la corbata y que nos comunique cuerpo y alma en el ejercicio de la risa.



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